domingo, 19 de agosto de 2012

Bernard-Henri Lévy o la «jihad intelectual» del imperialismo occidental

P.G. Hernán y Juantxo García - Patria Sindicalista - 19/08/2012 - Cabe a Pier Paolo Pasolini ser uno de los primeros y más finos observadores en detectar el fraude de mayo del 68. Mayo del 68 fue, en esencia, una revolución burguesa en la que los niñatos más díscolos de las clases acomodadas, orlada por un puñado de obreros industriales especializados, obligaron a papá a deshacerse de algunos fardos ideológicos que ya no les eran útiles: ni a hijos ni a progenitores. 

Bernard-Henri Lévy fotografiado junto a dos fantoches
embozados con banderas de los rebeldes. La instantánea 
no está tomada ni en Damasco, ni en Alepo, ni siquiera 
en la frontera de Siria, sino en la glamurosa 
ciudad de Cannes




De aquel mayo del 68 han heredado la estética —lo más epidérmico— la constelación de sectas troskistas que se reparten a lo largo y ancho del mundo, pero el grueso del mensaje ha venido a incorporarse a la corrección política de nuestras sociedades occidentales, de ahí que antiguos revolucionarios como Daniel Cohn-Bendit o Joschka Fischer hayan formado parte o aún formen parte del establishment liberal-capitalista.

Uno de aquellos revolucionarios, alumno aventajado de lo que se llamó pretenciosamente como «nouvelle philosophie» —no era propiamente filosofía sino picaresca libertaria forrada de un lenguaje alambicado—, ha sido y es Bernard-Henri Lévy, que ha acabado por convertirse en uno de los intelectuales orgánicos más rabiosos del occidentalismo.

Lévy es, en efecto, uno de los arietes intelectuales de la política imperialista de Norteamérica, de la OTAN y, por su condición de propagandista del sionismo, del Estado de Israel. En consecuencia, el discurso de Lévy no podía ser otro que el de la justificación de liquidación manu militari de regímenes nacionales que, como el iraquí de Sadam Husein, el libio de Gadafi o el sirio de Bashar el Asad, cuyo único delito ha sido poner obstáculos a la política de hegemonía y saqueo a gran escala de materias primas de los imperialistas.

Un reciente artículo de Lévy en el rotativo madrileño «El País», publicado bajo el título Aviones para Alepo [15.agosto.2012], viene a ser un resumen bastante acabado de la filosofía de quien, esgrimiendo toda suerte de falsedades, imposturas y trampas dialécticas, coadyuva a justificar la guerra humanitaria del occidentalismo: una auténtica máquina depredadora y de uniformización planetaria.

Comienza Lévy su artículo: «¿Hay que intervenir? ¿Y es aplicable la "responsabilidad de proteger", que es la versión ONU de la antigua teoría de la guerra justa, a esta situación? La respuesta es sí. Un sí incondicional. O, para ser más exactos, no puede ser más que sí para quienes pensaron, el año pasado, que era válida para el caso de Libia. La causa es justa. La intención es recta. Son los propios sirios los que —un parámetro fundamental— están pidiendo ayuda. Se han agotado todos los recursos políticos y diplomáticos, los intentos de mediación. Y los daños causados por una operación de rescate de la población civil serán menores, suceda lo que suceda, que los de los cañones de largo alcance que están masacrando las ciudades rebeldes. Alepo es hoy lo que fue ayer Bengasi».

Lévy, como no podía ser de otra manera, emplea la misma falsilla de Obama y Clinton y, por encima de éstos, la de la insaciable maquinaria del lobby industrial-militar norteamericano: ese perro es muy peligroso... cuando se le ataca, muerde. Esto es, Bashar se defiende de un descomunal ataque exógeno y aquello que, en buena lógica, debería situar a líder sirio en el campo de las «víctimas» lo convierte en «verdugo», un «verdugo» que asesina a una «población civil» —entiéndase bien: a toda la población civil siria— que está «pidiendo ayuda» y a la que los occidentales, únicos referentes morales de la humanidad, no pueden fallar. La causa lo requiere con urgencia porque es «justa» y la intención «recta» (¿no suena esto a maoísmo de saldo?). Lo que fue bueno para Libia, lo es para Siria y lo será para Irán.

¿Cómo intervenir en Siria? Lévy, en esto, no se complica mucho la vida: se trata de intervenir sí o sí. «La respuesta no es tan complicada como pretenden quienes están decididos de antemano a no hacer nada. Es la que dio, el 11 de marzo de 2011, el presidente francés Sarkozy a los representantes del CNT libio que preguntaban qué pasaría si Francia no obtenía la adhesión del Consejo de Seguridad: "Sería una gran desgracia", contestó, "y tendremos que hacer todo lo posible para evitarlo; pero, si no lo conseguimos, entonces habrá que establecer, con las organizaciones regionales involucradas (Liga Árabe, Unión Africana), una estructura sustitutiva que sirva de marco y nos permita actuar pese a ello". La misma respuesta que sugirió el 30 de mayo de 2012, en esta ocasión a propósito de Siria, la embajadora de Estados Unidos ante el Consejo de Seguridad, Susan Rice».

Lo que no dice Lévy es que los imperialistas llevan interviniendo en Siria desde hace años. Primero con una machacona propaganda de descrédito internacional contra el régimen baasista sirio y, en una segunda fase, financiando, pertrechando y armando a malhechores hasta llegar incluso a involucrar en el frente salvador a los fundamentalistas de Al-Qaeda, hecho que, por otra parte, no constituye novedad alguna, puesto que Al-Qaeda fue una criatura evacuada en su momento por Washington para pararles los pies a los rusos en Afganistán.

¿Cómo imagina Lévy la intervención? Muy fácil: descuartizando Siria o, lo que es lo mismo, bajando a nivel cero la soberanía nacional en nombre de la paz y los derechos humanos: «una zona de no sobrevuelo impuesta desde las bases de la OTAN de Izmir y Incirlik, en Turquía, para impedir que los aviones de El Asad ametrallen a las mujeres y los niños de Alepo. Es también una zona de no circulación, asimismo impuesta desde el aire, que impida a sus divisiones acorazadas desplazarse de una ciudad a otra para sembrar el terror. Es la propuesta catarí de instaurar zonas de no asesinatos, santuarios garantizados por elementos del ejército libre sirio equipados con armas defensivas. Y es, por último, la idea turca de crear tierras de nadie en el norte del país para ofrecer refugio a los civiles que huyen de los combates. Una gama de medidas escalonadas que haga comprender al dictador que el mundo no va a seguir tolerando esta carnicería.»

Lévy consigue reunir en este párrafo no poca desvergüenza. No habla de los terroristas —partidas de aventureros criminales que ni siquiera usan uniforme como fijan todas las normas de la guerra— ni las repetidas barbaridades generadas por éstos, sino de los «los aviones de El Asad» que ametrallan «a las mujeres y los niños de Alepo» (sic). y de las «divisiones acorazadas» que siembran «el terror». Para Lévy el malo de la película es único y unívoco, tiene rostro y ante él no hay que regatear métodos, sean estos legales y legítimos o, por el contrario, entren en colisión frontal con el derecho internacional: Bashar y sólo el carnicero Bashar es culpable y, en consecuencia, hay que ponerlo fuera de circulación. La última frase, por otra parte, es antológica: «Una gama de medidas escalonadas que haga comprender al dictador que el mundo no va a seguir tolerando esta carnicería». Esto es, Lévy y con él «el mundo», nada más y nada menos, a la vanguardia de la liberación. El «mundo» está con Lévy , Lévy está con el «mundo» y Bashar más solo que Hitler en el agónico bunker de Berlín...

¿Quién deberá liderar, según Lévy, la intervención descarnada, tras la fase de agresión terrorista, en Siria? Lévy se responde a sí mismo: «El Asad es un proscrito en el mundo árabe. Le apartaron de inmediato de instancias y organizaciones, cosa que no había ocurrido con Gadafi. En África le detestan. En Israel le temen. Y cuenta, sobre todo, con un enemigo declarado en Ankara, un adversario que posee un ejército poderoso, integrado en la OTAN y que tiene dos razones, al menos, para querer acabar con él: su rivalidad ancestral con Irán, que sí apoya a El Asad, y el temor a que esta guerra, si se prolonga, alimente las veleidades secesionistas de su minoría kurda, dispuesta a seguir el modelo de sus hermanos de Siria que, al otro lado de la frontera, están conquistando con las armas una autonomía de hecho. El Asad está más aislado de lo que lo estaba Gadafi. Y la coalición que acudiría a socorrer a sus víctimas sería más numerosa, más fácil de formar y casi igual de poderosa que la que formaban, casi sin nadie más, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia.»

A lo que no hace referencia Lévy, probablemente embargado por un optimismo desboradante, es la capacidad —o mejor diríamos incapacidad— de Rusia para asimilar una Siria post Bashar abanderada del islamismo y a las órdenes de Washington. Rusia tiene demasiados problemas en el Cáucaso como para permitir, sin más, la conversión el territorio sirio en una vasta plataforma terrorista antirrusa. Y no precisamente una más, sino con toda probabilidad la mayor.

Lévy, como no podía ser de otra manera, ve el problema kurdo desde la óptica turca, desde la óptica de nuestros aliados. Así, los turcos, como miembros de la OTAN, no cometen genocidios. Los genocidios son cosa de los otros. En consecuencia, prefiere hablar de «veleidades secesionistas» de los kurdos, un pueblo que, sin duda, estorba a la hora de acabar con Bashar. Lévy, al que tanto le agrada echar mano de los tópicos en materia de holocaustos —ciertos o inventados—, no hace ni una sola alusión a los genocidios de kurdos y armenios por parte de los turcos a lo largo de la historia.

Lo de que en Israel «temen» a Bashar es, sino fuese porque estamos ante una tragedia sangrienta de primer rango, hasta cómico. ¿No será al contrario? ¿No será que quienes temen la potencialidad atómica de Israel son los sirios y el resto de vecinos, incluido Irán?

«Y la coalición que acudiría a socorrer a sus víctimas sería más numerosa, más fácil de formar y casi igual de poderosa que la que formaban, casi sin nadie más, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia», remacha Lévy. Aquí no tenemos más remedio que darle la razón al filósofo sefardí: el resto de países —pensemos, sin ir más lejos, en España— no son más que perrillos falderos. Y, en no pocas ocasiones, hasta la presencia de los perrillos falderos puede llegar a resultar incómoda.

Sobre el papel de Francia en esta coalición que ha de concluir el trabajo sucio emprendido por el terrorismo islamista, Lévy apostilla que «Francia tiene una voz poderosa. En la región disfruta de un prestigio reforzado por su actuación en Libia. Posee lazos históricos con el país del Jardín sobre el Orontes y de lo que antiguamente se llamaba el Levante. El azar del calendario ha hecho que le queden aún dos semanas en la presidencia de turno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Sería poco comprensible que, en estas condiciones, el sucesor de Sarkozy, recién elegido y que, por consiguiente, goza de una libertad de maniobra que seguramente no tiene un presidente Obama paralizado por su propio calendario electoral, no utilizase a fondo los recursos que le ofrece la situación. Y sería lamentable que no se hiciera todo lo posible para acelerar la formación de esa gran alianza que será la única forma de expulsar a quien el ministro francés de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, ha calificado repetidas veces de verdugo de su propio pueblo. Catalizar las energías, federar las voluntades convergentes pero distintas, animar a los dubitativos, disuadir a los derrotistas y llamar a la conciencia individual de todos desde esa tribuna extraordinaria que sería, como en la época del discurso de Villepin sobre Irak, un Consejo de Seguridad convocado de urgencia y en el que participaran los ministros de los Estados miembros. Ese podría ser el papel de una diplomacia francesa que rompiera, como en Libia, con el estilo Védrine-Juppé».

Pensamos que en este párrafo Lévy no está especialmente fino y hace castillos en el aire. Si España ha jugado en Yugoslavia, Irak y Libia un papel entre ridículo e ignominioso, tampoco es menos cierto que el protagonismo del vecino país no ha sido muchísimo más insigne. Europa en política internacional no es nadie o, para ser exactos, hace las veces de peón de brega de Estados Unidos. Inglaterra como sempieterno portaviones del Tío Sam estacionado en el Canal de la Mancha y el de Francia, como mero auxiliar al que se le conceden, en contrapartida, ciertas áreas de influencia en el África negra como último vestigio de una grandeur hace tiempo amortizada.

Del gaullismo, que buscaba —y a veces hasta encontraba— distancias con Washington, no queda absolutamente nada en la política francesa, salvo pequeños islotes como el extraordinario caso de Jean-Pierre Chevènement, quien recientemente se hacía cruces sobre la intervención criminal en Siria. Pero Chevènement es, no nos despistemos, casi un anciano.

Por lo que respecta a Hollande, nada nuevo bajo el sol. Sobre Laurent Fabius, al que Lévy cita, traemos a colación un tweet colgado por el propio ministro de Exteriores francés el pasado 17 de agosto y que ha llamado la atención en determinada prensa: «Je suis conscient de la force de ce que je suis en train de dire: M. Bachar al-Assad ne mériterait pas d’être sur la terre» [«Soy consciente de la gravedad de lo que estoy diciendo: Bachar al-Assad no merece estar sobre la faz de la tierra»]. Los psicópatas del socialismo democrático, como podemos leer, no van a la zaga de los Sarkozys.

¿Hay riesgo de incendo en la región, se pregunta Lévy? «Sí, desde luego. Pero es posible dar la vuelta al razonamiento. Y lo que descubrimos sobre la relación entre El Asad y Ahmadineyad, lo que sospechábamos sobre este eje pero que ahora, a plena luz, se revela esencial, tanto para uno como para el otro, debería inspirar dos sentimientos. En primer lugar, la pavorosa idea de que esta revuelta contra el régimen se hubiera podido producir uno, dos, cinco años después, en un mundo en el que el aliado iraní hubiera alcanzado ese famoso umbral nuclear que tiene como objetivo: entonces, el chantaje habría sido máximo, con toda la comunidad internacional como rehén irremediable de la situación y, peor que un incendio, la posibilidad de un apocalipsis. Y después está el empeño en aprovechar la situación para intentar debilitar, e incluso romper por el eslabón más débil, ese arco que va de Teherán hasta los iranosaurios de Hezbolá pasando por Damasco y, en menor medida, Bagdad: intervenir en Alepo será poner fin —y eso es lo más importante— a una guerra contra la población civil que ya ha causado más de 20.000 muertes, pero, dado que los intereses de los países encajan bien, sin que sirva de precedente, con la preocupación por la humanidad y los crímenes cometidos contra ella, será también asestar un golpe, antes de que sea demasiado tarde, al corazón de este triángulo de odio que amenaza la región y el mundo entero. No será un incendio, sino que reducirá el peligro de incendio. No será la guerra, sino que enfriará la centrifugadora en la que se preparan las guerras del futuro.»

El eje del mal —el «triángulo del odio» en sus propias palabras— es para Lévy Damasco y Hezbolá, pero por encima de estos dos está Teherán. Porque no es Siria, sino Irán el gran objetivo del occidentalismo en armas: la guerra contra Damasco es, en realidad, la primera fase de una guerra contra Teherán. A todo se le puede dar la vuelta, como a un calcetín, si de lo que se trata es de convertir Irán en una papilla nuclear.

El último párrafo es, con toda seguridad, el más definitorio sobre una personalidad como la de Bernard-Henri Lévy que, como buen filósofo —aunque en este caso sea de plexiglás— le gusta adornarse con los ropajes del oráculo: «¿Y después de El Asad, qué?», se pregunta. «¿Qué pasa con las minorías, en particular las cristianas, a las que manipula el antiguo régimen con la intención de hacer creer que ha sido su protector histórico? La pregunta es crucial. Todo es posible —incluso lo peor— en un país arruinado, calcinado por la violencia y en el que cada día trae nuevas dosis de desolación, rabia impotente, búsquedas de chivos expiatorios y, por consiguiente, ajustes de cuentas».

Lévy da por hecho que un una Siria post Bashar se producirá un baño de sangre de cristianos, una de las grandes franjas religiosas del país que han apoyado y apoyan al régimen sirio. A él esto, como buen sionista, le importa un carajo. Mientras Israel no ponga los cadáveres absolutamente todo es aceptable para Lévy.

¿Y para después de los ajustes de cuentas? Lévy imagina «una fórmula parecida a la que, en Kosovo, impidió que se ejerciera la venganza con los serbios que se habían quedado, para lo que haría falta una fuerza de la ONU, o solamente árabe, que vigilase la reconstrucción cívica del país». Esto es, un país situado al borde de la edad de piedra, islamizado bajo los parámetros ideológicos del salafismo —es obvio que, si las monarquías wahabitas del Golfo han puesto los petrodólares encima de la mesa, aquéllas reclamarán su correspondiente tajada en forma de madrashas—, nido de traficantes —Afganistán necesita cuantas más válvulas de escape mejor para la cada vez mayor producción de adormidera— y de organizaciones terroristas y, en cualquier caso, repetimos, una base militar contra Irán y Rusia.

Cierra el artículo una frase antológica —rozando la hermosura de lo épico— de Lévy sobre un pueblo, el sirio, «que ha madurado, se ha ennoblecido, se ha liberado de una parte de sus demonios, ha aprendido; pero también fruto de una fraternidad de armas inédita entre la juventud árabe y unos pilotos y responsables europeos y norteamericanos que, por primera vez, aparecieron como amigos, no de los tiranos». ¿No es espléndida? ¿No es arrebatadora? ¿No es mayodelnoventaiochesca?

La realidad, a nuestro juicio, dista de ser tan melosa y lo que Lévy ha querido decir exactamente es: occidentalisme et terrorisme islamiste le même combat, que es en realidad el nudo gordiano de la agenda de Washington. Para desgracia de Lévy un régimen agonizante, en retirada, hundido y sin más apoyos que los vetos de Rusia y China en la ONU, ha sido capaz de limpiar Alepo de jihadistas. No sabemos lo que tardará en caer Bashar —siempre habrá una mano asesina que contratar—, pero de momento el champagne tendrá que esperar.

Cuando Pasolini, que conocía muy bien el paño, hablaba de la burla de mayo del 68 se refería exactamente a tipos de la catadura de Bernard-Henri Lévy, Cohn-Bendit y Joschka Fischer.

(Artículo de Bernard-henri Lévy)


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