por Geidar Dzhemal - 29-05-12
www.iran.ru - En las condiciones de la durísima crisis política, que
sufre el mundo a partir de la descomposición de la URSS, y que ha pasado
a la fase abierta a partir del nuevo milenio, dentro del mundo islámico
se está produciendo una activa oposición a las tendencias del
neoimperialismo global.
Hoy
se puede hablar de los primeros pasos hacia la formación de una alianza
políticomilitar opuesta a los EE.UU. y la OTAN, en la que como
jugadores principales entrarían Irán, Turquía, Egipto y Paquistán. Como
resultado de la creación de este bloque nacerá un poderoso centro de
fuerza que aglutinará dentro de sus fronteras (contando con Afganistán y
Asia Central) a quinientos millones de personas.
¿Pero hasta qué punto es esto real?
1. Principal contradicción de la política mundial actual
En
el mundo actual la principal contradicción, que pone en marcha en
proceso histórico en curso, es el conflicto entre los intereses de las
burocracias nacionales, que representan a los estados nacionales y la
burocracia internacional, que pretende convertirse en la corporación
administrativa más poderosa del mundo, que no depende de las
legislaciones nacionales, procedimientos electorales, intereses del
electorado etc. La lucha entre la burocracia internacional, que se apoya
en los instrumentos como la ONU, OTAN o más periféricos tipo la Liga de
los Estados Árabes – por un lado, y las burocracias nacionales – por
otro, se expresa en los fuertes enfrentamientos, tanto en la esfera
político-económica (sanciones), como en la esfera de la lucha armada, de
lo que tenemos multitud de ejemplos a lo largo de los últimos 20 años.
Occidente
representa aquella parte del mundo en la que la burocracia
internacional casi ha triunfado sobre las administraciones nacionales
(aunque esta lucha aún no ha terminado). En el resto del mundo las
burocracias nacionales practican los “combates de retaguardia”, siguen
resistiendo al dictado del gobierno mundial que se está formando antes
nuestros ojos. Está claro que esta lucha es desigual y las
administraciones de los estados soberanos están condenadas a ser
derrotadas, al no ser que recurran a la táctica de la creación de las
uniones supranacionales, es decir que crean en realidad otros
instrumentos internacionales para luchar contra la burocracia
internacional. Semejantes pasos ya se dan en el espacio eurasiático
postsoviético; en particular, la Organización de Cooperación de Shanghái
constituye uno de los intentos de crear en base a las burocracias
nacionales una estructura que limite la libertad de movimientos de la
OTAN fuera del marco de su responsabilidad nominal.
Hasta
el momento se creía que el mundo islámico en menor medida que otros
enclaves civilizacionales es capaz de formar alianzas político-militares
eficaces. Los expertos competían entre sí describiendo las
contradicciones que separan a la umma y que contraponen los intereses de
varias decenas de estados del mundo islámico.
Ciertamente,
las estructuras en las que están organizados los estados islámicos –
Organización de Cooperación Islámica, Liga de los Estados Árabes, etc. –
representan en mucho mayor medida justamente las filiales de la
burocracia occidental internacional que las uniones de las soberanías
nacionales para la defensa colectiva frente a la globalización. La
mayoría de estos estados han surgido en el siglo XX como consecuencia
del descalabro del califato Otomano y la descomposición de los imperios
coloniales europeos; como resultado quedaron bajo el gobierno de las
élites compradoras prooccidentales, que políticamente representan la
modificación regional del liberalismo occidental. En consecuencia, a
este nivel es impensable ninguna oposición seria al orden mundial,
establecido por Occidente.
La
rotura en esta dirección se pudo realizar gracias al conflicto entre
dos clanes burocráticos en el propio Occidente. Los republicanos de los
EE.UU. expresan los intereses imperiales nacional-patrióticos, su guión
de reestructuración de Oriente medio consistía en dejar en la región a
los satélites absolutamente fieles al imperio norteamericano. Con este
objetivo fue elaborado el plan para destruir un grupo de países que
desde el punto de vista de los neoconservadores representaban un foco de
resistencia. Al mismo tiempo los republicanos apoyaron a aquellas
administraciones nacionales que desde su punto de vista aceptaron la
total dependencia de la Casa Blanca. Entre ellas estaban los regímenes
de la dinastía saudí, de Mubárak en Egipto y – desde 2003 –el régimen de
Kaddafi.
El
ala izquierda del Partido Demócrata de los Estados Unidos, al
contrario, representa los intereses de la burocracia internacional.
Precisamente por eso cuando, provocado por las provocaciones de los
neoconservadores, el proceso del despertar islámico en la región puso en
peligro el futuro de los dictadores “socios” de Bush-hijo, la Casa
Blanca demócrata los abandonó a su propia suerte. Obama no quiere a los
líderes “fuertes” de las administraciones nacionales, orientados hacia
los republicanos, pues sigue la orden del día cosmopolita. Como
resultado del enfrentamiento entre los dos clanes burócratas
estadounidenses quedó rota la propia estructura del dominio y del
control norteamericano sobre la región y se abrió la perspectiva de lo
que ahora popularmente llaman “el despertar islámico”.
2. Contradicciones en el mundo islámico
Como
principal contradicción que impide la integración política de la umma,
tradicionalmente se suele considerar el secular conflicto entre las
corrientes sunita y chiita del Islam. Ya hace 500 años cuando el mazhab
jafari se convirtió en el oficial en Irán de los Safávidas, aquello fue
la causa del comienzo de una serie de guerras entre Irán y el Imperio
Otomano, que duraron hasta los comienzos del siglo XIX. Sería difícil
señalar otros conflictos de estas proporciones dentro del mundo
islámico, pues en los tiempos posteriores a la invasión mongola Irán se
había convertido en el único estado oficialmente chiita. Sin embargo en
cuanto a las relaciones entre las dos comunidades y las del poder con la
minoría chiita en los estados islámicos, estas relaciones siempre
dejaron mucho que desear.
Este
conflicto tiene unos mecanismos perfectamente racionales. Dejando
aparte las diferencias en el terreno de la alta teología, el principal
reproche de los sunitas a los chiitas es que estos no reconocen la
legitimidad de ningún poder estatal dentro del espacio islámico hasta la
llegada de Mahdi. Desde el punto de vista del chiismo tradicional desde
el asesinato de hazrat – e – Alí (s) en todos los 14 siglos de la
historia musulmana no ha habido, ni puede haber ningún poder legítimo
hasta el propio final de la historia. La práctica, claro está, no
siempre coincidía con esta formulación. Los califas abasidas fueron
chiitas y teóricamente se podría decir que después de la huida de los
omeyas el mundo islámico fue gobernado por chiitas (salvo el Califato de
Córdoba) en los tiempos de mayor prosperidad en su historia. Por otro
lado también la dinastía de los Safávidas en Irán fue chiita, lo cual
había creado cierta contradicción entre la situación de hecho y el
concepto teórico acerca de la ilegitimidad de cualquier poder excepto el
de Mahdi (en realidad fue este conflicto teórico esencial el que
enterró a la monarquía en Irán).
La
nueva generación del clero chiita en Irán desde los principios del
siglo XX comenzó a dar los pasos necesarios para salir de esta
situación, pues estaba claro que la revolución islámica era necesaria y
tenía que estar legitimada tras la conquista del poder. La solución
técnica del problema fue hallada en la doctrina de “Velayat-e faqih”
(gobierno de los expertos en ley islámica), elaborada por el Gran
ayatollah Ruhollah Jomeini. Esta doctrina permite crear la estatalidad
islámica, reconocida como legítima durante el período actual de la
ocultación de Mahdi.
Es
lo que constituye el momento más agudo de la Revolución Islámica en
Irán: libera a los chiitas del estatus de opositores permanentes que no
piensan en llegar al poder en “este mundo inmerso en el pecado” y
únicamente ponen en duda la legitimidad de los poderes establecidos.
Desde 1979 los chiitas se posicionan como participantes en el espacio de
la política real. Es por lo que desde la caída del shah la propaganda
antichiita promovida por los centros teológicos de Arabia Saudí y otras
monarquías árabes se ha radicalizado por cien: los chiitas pasaron a ser
de competidores teóricos a los perfectamente reales en el escenario
mundial. Por otro lado, para los revolucionarios sunitas, orientados
hacia el Islam político, la revolución en Irán eliminaba el principal
equívoco que impedía la alianza. Ahora la revolución islámica sunita
podía contar con el reconocimiento y apoyo de los hermanos chiitas. En
la práctica esto se expresó en la estrecha relación que existe entre
Teherán y la resistencia palestina, en primer lugar HAMAS.
Evidentemente,
la separación entre los sunitas y los chiitas no es el único obstáculo
para la integración sobre la plataforma del Islam político. Existe la
herencia histórica negativa – las contradicciones entre los persas,
turcos y árabes. El mundo fue testigo de la propaganda racista del
régimen de Saddam durante la guerra contra República islámica de Irán,
llevada a cabo en el nombre de la presunta hegemonía árabe. También se
sabe que en la actual cultura política turca hay desconfianza hacia los
árabes, relacionada con el nacional-separatismo árabe y su paso al
enemigo durante la I Guerra Mundial. Sin embargo la fuerza de estas
contradicciones históricas es mucho menor comparada con las
contradicciones religiosas. El mundo árabe es demasiado grande y variado
para que pueda ser reducido a un solo paradigma cultural. La máxima
tensión en las relaciones entre persas y árabes se expresa en el
enfrentamiento irano-saudí. Pero este principio ya no funciona en
relación a Egipto y otros países del Magreb. Lo mismo se puede decir de
los problemas turco-árabes. Existe un máximo de incomprensión entre
Ankara y Damasco (desde la creación de la República Siria la frontera
turco-siria siempre fue un lugar de permanentes enfrentamientos), y
también últimamente entre Ankara y Er Riad. (El actual régimen turco
ideológicamente está próximo a los “Hermanos Musulmanes” que los saudís
ven como una fuerza antimonárquica subversiva).
Fuera
del marco de los enfrentamientos teológicos e histórico-culturales
queda Paquistán, a fuerza de que, en primer lugar, históricamente fue
creado hace poco (1947) y, en segundo lugar, porque fue creado y está
dirigido por chiitas (fundador Muhammad al-Djinna), en tercer lugar, no
se percibe en el mundo islámico como un estado chiita (y, por supuesto,
no lo es).
3. Las “cargas” estratégicas de los potenciales socios del bloque
Cada
uno de los cuatro probables países que se encaminan hacia la creación
del mayor bloque político-militar musulmán tiene determinados
“hándicaps” en forma de sus alianzas y compromisos políticos. Así el más
neutral de los cuatro – Paquistán –está geopolíticamente relacionado
con Afganistán en cuyo territorio el contingente de la OTAN lleva ya 11
años luchando contra el pueblo afgano. Aunque aquí el principal problema
no es tanto la ocupación occidental del país como las complejas
relaciones entre Afganistán e Irán que podrían constituir un obstáculo
para el acercamiento. Es indudable la creciente influencia de Irán en
las provincias occidentales de Afganistán, sin embargo sigue habiendo
muchas diferencias entre Teherán y el movimiento de resistencia, que
tradicionalmente se asocia con los talibanes de la segunda mitad de los
años 90. El principal obstáculo para el entendimiento entre la
resistencia y la República Islámica de Irán es el recuerdo de la matanza
de los diplomáticos iranís todavía antes de la invasión norteamericana y
la masacre de los hazarís-chiitas.
En
cualquier caso los iranís son políticos que piensan en términos reales y
saben que no se puede poner el signo de igualdad entre los talibanes de
ahora y aquellos que unificaron Afganistán a finales de los años 90
(hoy bajo la marca “talibán” aparece un amplio espectro de fuerzas que
luchan con las armas contra la ocupación). La visita de uno de los más
influyentes “padres espirituales” paquistanís del Talibán a la
conferencia “El despertar islámico” celebrada en Teherán demuestra que
en este caso no hay obstáculos infranqueables.
Para
Irán Siria aparece como un peso político análogo. Hoy también es el
escenario de enfrentamientos armados, objeto de presión por parte de
Occidente y de las monarquías de la Península Arábiga pro-occidentales;
además también está el hecho del conflicto entre los regímenes de
Erdogán y Bashar Asad. Siria es el principal obstáculo para el
definitivo acercamiento entre Ankara y Teherán. Dado que Teherán nunca
se echará atrás en su apoyo al régimen de Damasco, es Ankara la que
tendrá que demostrar más agilidad política.
Paradójicamente
el programa nuclear de Irán representa el menor de los impedimentos.
Más bien al contrario – el nivel tecnológico alcanzado por Irán así como
el drama político que se desarrolla en torno a esta dimensión de la
estatalidad iraní, constituyen una ventaja para la República Islámica
cara a su lucha por conseguir aliados. Tanto para Egipto como para
Turquía, sin hablar de Paquistán, les conviene tener como el componente
central de su alianza a un país nuclear que no se ha rendido ante la
presión mundial y que ha demostrado tener una voluntad de hierro a la
hora de defender su soberanía.
La
cuestión ahora es descubrir el nivel de la motivación estratégica. La
propia Turquía soporta varias cargas. Con respecto a Irán no la
principal, pero sí importante sigue siendo su litigio con Armenia, que
en el Cáucaso Sur aparece como aliada y socia de la República Islámica.
Al problema de Armenia indisolublemente está ligado el tema de
Azerbaiyán. Pese a cierto enfriamiento en las relaciones entre Ankara y
Bakú – Turquía es el único aliado real de Azerbaiyán que a lo largo de
toda su historia como país independiente no ha logrado establecer buenas
relaciones con Irán. En actualidad se han estropeado hasta el punto de
que en ambos países se detiene a las personas acusadas de ser agentes de
los vecinos. Se habla también del posible uso de los aeropuertos
militares de Azerbaiyán por parte de Israel – circunstancia hasta tal
punto escandalosa que podría servir como casus belli (pretexto para la
guerra).
El
impedimento muy serio para la participación de Turquía en el bloque
similar medianamente eficaz es su participación en la OTAN y su petición
no retirada de ingreso en la Unión Europea. Si para Erdogán la Unión
Europea funciona como la “cortina de humo” para su política interna (con
el pretexto de ajustarse a las normas de derecho europeas Erdogán ha
desmantelado el papel del ejército en la vida política del país), la
OTAN obliga a realizar pasos prácticos que tienen el carácter antiiraní –
en particular el despliegue del Escudo Antimisiles en la parte oriental
de Anatolia. Es difícil decir si hoy el régimen de Erdogán está
dispuesto a poner en riesgo las bonificaciones de su permanencia en la
OTAN (ayuda tecnológica y militar, apoyo de las infraestructuras, etc.) a
cambio de una aún virtual perspectiva de la alianza islámica.
En
lo que se refiere a Egipto, su principal carga al día de hoy es el
tratado de paz con Israel. Aquel acuerdo por el que el régimen
posnaserista había traicionado a la solidaridad islámica y árabe a
cambio de las “treinta monedas de plata” de ayuda militar permanente
(siempre inferior a la recibida por Israel) y el derecho de considerar
la península de Sinaí como “suya”, hoy representa un lastre político,
pues saca al mayor país árabe con casi 90 millones de población de la
corriente general antiisraelí. El destino del acuerdo depende de la
postura y la competencia política del señor Mursi, candidato de los
“Hermanos Musulmanes”. Si es cierto, tal y como asegura el ex-presidente
Jimmy Carter, que Mursi no está preparado para una drástica rotura con
Israel, entonces el traspaso del poder en Egipto aún no ha terminado y
los “Hermanos” van a perder su popularidad entre la sociedad, dejando
paso a otras fuerzas más radicales…
Sumando
lo dicho se puede afirmar que los problemas técnicos y las cargas
políticas de los cuatro países que dificultan la creación por su parte
de la alianza político-militar son muy importantes, pero que tiene
solución siempre y cuando exista la voluntad para crear tal alianza.
¿Existe y por qué está motivada?
4. Los imperativos de la alianza estratégica “Cuadrado verde”
La
base fundamental y común para los cuatro países para su aproximación es
el miedo de las burocracias nacionales de estos países a ser derrotadas
y absorbidas en el curso de la ofensiva global de la burocracia
internacional con su segmento occidental a la vanguardia. Hay que
señalar que los países monárquicos de la península Arábiga mantienen
esencialmente otro tipo de relaciones con la burocracia internacional.
Arabia Saudí, Kuwait y otros países de este grupo no tienen ningún
conflicto ni con la periferia de la corporación burocrática
internacional como la Organización de Cooperación Islámica, ni con sus
estructuras fundamentales como la ONU o la Unión Europea. Esto se debe a
que los regímenes monárquicos mantienen estrechas relaciones de “club”
con las élites tradicionalistas de la Vieja Europa, que están detrás del
fenómeno denominado el “cosmopolitismo agresivo”.
Es por lo que los países del Golfo Pérsico forman un grupo de oposición polar a la alianza de la que estamos hablando.
Sin
duda Irán es el país que hace de “locomotora” de la alianza “Cuadrado
verde”. Su situación como el estado soberano más grande situado en el
centro de Eurasia es la más problemática frente a la presión cosmopolita
ejercida tanto por el Occidente, como por la gran parte de los países
del mundo musulmán. Para Irán es categóricamente necesario romper el
cerco estratégico para convertirse si no en el eje, al menos en el
eslabón decisivo de este nuevo centro de fuerza en formación. Si para
Turquía se trata de un proyecto en el que puede realizar las ambiciones
largo tiempo reprimidas, para Irán es una cuestión de vida o muerte. No
menos agudo es el problema de la supervivencia para Paquistán donde la
situación económica empeora ya no por días, sino por horas. Paquistán ha
decidido cerrar el tránsito de la OTAN hacia Afganistán porque ante los
excesos de la maquinaria bélica estadounidense el régimen se arriesgaba
a ser barrido desde abajo. En cualquier caso el presidente de Paquistán
Zardari (chiita) hubiera sido sacrificado por las élites paquistanís
para aplacar las iras populares. Sabiéndolo, Zardari incluso se ha
atrevido a anunciar públicamente que Paquistán acudiría en apoyo de la
República Islámica con todo su poderío nuclear si Israel se atreviera a
atacarlo.
Aparte
de las duras declaraciones existe una cosa perfectamente real: la
necesidad de construir en el menor tiempo posible el gasoducto de Irán a
Paquistán, en el que Irán está tan interesado que ha abierto un crédito
de 250 millones de dólares para su construcción.
Irán
y Paquistán son los partidarios más sinceros y los más interesados en
esta alianza. Turquía en esta cuestión se orienta hacia la obtención de
los máximos beneficios y aún no está moralmente preparada para apostarlo
todo por el proyecto. Sin embargo los últimos gestos diplomáticos de
Ankara para igualar a Israel y Armenia, desde el punto de vista de la
colocación de los acentos en la política exterior, demuestran que
Erdogán es capaz de mantener un juego arriesgado, caminando por el borde
del precipicio.
5. Partidarios y enemigos del “Cuadrado verde”
Como
ya hemos mencionado en más de una ocasión la cuestión de la creación de
los bloques político-militares en actualidad es, en primer lugar, la
cuestión de la lucha entre las soberanías y el “cosmopolitismo agresivo”
(más que globalismo, pues por sí mismo éste no está interesado en
acabar con las soberanías nacionales de-jure). El “cosmopolitismo
agresivo” es el curso tomado por la burocracia internacional. Es la que
desde el principio se opone a la creación de las alianzas reales entre
los países islámicos, salvo las uniones de aquellos estados que se
encuentran fuera del sistema político de las soberanías (monarquías
árabes).
Semejante
oposición obliga a actuar con la máxima cautela a los regímenes
implicados en la creación del bloque para no provocar una dura reacción.
El
Occidente indudablemente luchará contra esa alianza no solamente con
las amenazas de intervención militar, sanciones, diplomacia “blanca” y
“desde la sombra” etc.; también intentará crear proyectos-“trampa”
virtuales, cuyo objetivo será desorientar a los políticos dentro y
alrededor de estos países, sembrar la desconfianza y dificultar todavía
más el camino hacia la aproximación.
Una
de estas trampas-embustes es el tema lanzado en determinados círculos
del presunto acuerdo de paz entre Irán y Arabia Saudí y la unión de
estos dos mayores productores de hidrocarburos en el nombre del dominio
en el mercado de petróleo con la división del control sobre el resto del
mundo islámico.
Semejantes
conceptos forman parte de la guerra informativa y se desmontan
fácilmente aplicando el análisis sistemático de los regímenes políticos
de estos países. Únicamente los posmodernistas, que han perdido la
comprensión del papel que juegan las esencias en el escenario político y
que lo reducen todo a las tecnologías políticas formales, pueden picar
semejantes anzuelos.
Por
otro lado, esta unión tiene un poderoso aliado – China, que después de
los Estados unidos representa el bastión más claro de la burocracia
nacional (en los EE.UU. la burocracia nacional además está bloqueada por
la alternativa burocrática internacional del partido Demócrata,
mientras que en China su dominio no ofrece dudas).
China
necesita que su aliado Paquistán, de momento aislado ante India, pueda
tener continuidad a través de su participación con otros socios en un
bloque político-militar de importancia, gracias al cual China también
podría resolver sus problemas, tanto para romper el cerco estratégico,
como para asegurar el suministro energético.
Hay
que darse cuenta de que la realización de este proyecto pondrá a las
élites gobernantes de la Federación Rusa ante un complejo dilema. Ante
semejante alianza Moscú no podrá proseguir sin impedimentos su
colaboración políticomilitar con la OTAN contra Afganistán e –
indirectamente – contra China.
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