Stalin y Truman
El estado de Israel nació en mayo de 1948
de acuerdo con la resolución de noviembre, del año 1947, de la Asamblea
General de la ONU. Se trataba de una resolución puramente formal, ya
que la creación del estado judío artificial en medio del mundo árabe fue
posible debido a los intereses estratégicos de la dirección política de
los EE.UU. y de la URSS – los dos estados más poderosos de la
posguerra.
Tanto para Stalin como para Truman, los
aspectos morales y emocionales relacionados con el destino del pueblo
judío en la Europa ocupada por los nazis tenían un valor secundario. El
objetivo principal era otro. Tanto la Unión Soviética como los Estados
Unidos, veían el futuro estado judío como un instrumento efectivo para
la realización de sus propios intereses a largo plazo en el Oriente
Próximo.
La Segunda Guerra Mundial había terminado
y comenzaba el reparto de las esferas de influencia entre las dos
nuevas superpotencias en todos los rincones del mundo. La crucial
importancia del Gran Próximo Oriente ya entonces quedaba clara para
todos los políticos con mentalidad estratégica. No en vano Stalin
intentó conseguir que Libia quedara bajo el protectorado de la Unión
Soviética.
Sin embargo la región seguía siendo
controlada por las principales potencias coloniales – Gran Bretaña y
Francia. Aunque París y Londres salieron de la Segunda Guerra Mundial
bastante debilitados, nadie quería renunciar voluntariamente a su
posición dominante en el Oriente Próximo, rico en petróleo.
Israel debía convertirse en un bulldozer
destinado a ayudar a despejar el camino en la región a la Unión
Soviética (como deseaba Stalin) o a los Estados Unidos (como deseaba
Truman). Sin embargo el que erró el tiro fue Stalin. Había enviado a la
entonces aún Palestina bajo el mandato extranjero, a miles de, como él
pensaba, probados y fieles militares y espías judíos-comunistas, para
construir con su ayuda un Israel socialista. Sin embargo, la llamada de
la sangre resultó ser más fuerte que los ideales comunistas. Lo cual
quedó claro bastante pronto: a Stalin le “dejaron tirado”.
Posiblemente, toda aquella historia
fracasada con Israel se convirtió en uno de los principales, aunque no
el único, estallidos del profundo, guardado desde su temprana actividad
política, antisemitismo estaliniano. (Una vez, todavía antes de 1917, el
futuro caudillo propuso organizar un “pogrom” en relación con el
“predominio judío en el partido”. Seguramente se trataba de una broma,
aunque bastante específica). En cualquier caso, la campaña contra el
“cosmopolitismo apátrida” o el “proceso de los médicos” llevan hasta
cierto punto el eco del fracaso de la operación en Oriente Próximo con
el nombre en clave “Israel”. En última instancia Stalin fue asesinado,
pero el “síndrome antiisraelí” lo conservaron todos sus herederos hasta
Gorbachev.
Tampoco las relaciones entre los EE.UU. y
el recién creado estado judío eran tan idílicas en aquel período. Los
primeros gobernantes de Israel preferían orientarse hacia sus
tradicionales relaciones en Europa, donde se encontraban los centros del
sionismo internacional. Máxime, teniendo en cuenta que antes de la
Segunda Guerra Mundial, América pertenecía al bastante amplio círculo de
naciones donde el antisemitismo florecía no solamente e nivel popular,
sino también entre los círculos políticos elitistas.
Por eso Israel participó junto con
Inglaterra y Francia en la llamada “triple agresión” contra Egipto en
1956, después de que Gamal Naser nacionalizara el canal de Suez. Fue la
única vez que Israel participó en una guerra contra sus vecinos árabes,
sin haber recibido la previa aprobación por parte de Washington.
Contra aquella agresión reaccionó con
máxima dureza Moscú, que por entonces estaba estableciendo sus
relaciones con el Egipto revolucionario. La dirección de Moscú aseguró
que si la guerra no cesaba de inmediato, hasta trescientos mil
musulmanes soviéticos vendrían en ayuda de sus correligionarios
egipcios. Cuando Londres y París asustados corrieron a pedir ayuda a los
americanos, Eisenhower les contestó que las obligaciones de la OTAN de
apoyo mutuo no se extendían a aquella región. Como resultado, la triple
coalición se tuvo que retirar vergonzosamente, Gamal Naser se convirtió
en un héroe panárabe, y Tel-Aviv y sus protectores sionistas globales
terminaron por comprender hacia dónde debían orientarse.
“Y luego los pusimos de rodillas…”
Comenzó la elaboración de sutiles y muy
complejas combinaciones para formar una alianza americano-israelí a
largo plazo, no sólo en interés de la élite de los EE.UU., sino también
de la estructura sionista mundial, cada vez más fuerte.
Los radicales de derechas norteamericanos
aseguran que el proceso que finalmente llevó a la formación del
“régimen de ocupación sionista temporal” en los EE.UU., se reforzó
justamente en la segunda mitad de los años 50, y en primer lugar a
través de la “captura” del partido demócrata. Aunque en realidad tampoco
había ocurrido nada extraordinario. Parte de la élite americana
filosionista utilizó con mucho ingenio y habilidad el fenómeno de Israel
para consolidar las comunidades judías y el capital judío, con el fin
de reforzar al máximo sus posiciones políticas en los EE.UU.
Con este fin fue elaborado y
estratégicamente utilizado el nuevo armamento: se crearon centenares y
miles de organizaciones prosionistas como armas de movilización a todos
los niveles, a nivel nacional, así como a nivel de los estados y
municipios, que luego fueron jerarquizadas y unificadas; se elaboró el
sistema específico de lobby; fue preparada y llevada a cabo la política
específica de formación de cuadros para el apoyo propagandístico e
informativo de los políticos americanos, que sin tapujos apoyaban a
Israel; fueron reunidos los recursos informativos y políticos para
ensanchar y afianzar la alianza americano-israelí, y realizadas campañas
ideológicas y propagandísticas a gran escala.
De hecho, con el pretexto de la necesidad
del apoyo total a Israel, se llevó a cabo un superproyecto estratégico
para la formación del mecanismo de control a gran escala sobre la
maquinaria del poder norteamericana, por parte de las estructuras
sionistas globales. Como resultado, hoy en los Estados Unidos funciona
un triángulo político “Estados Unidos – lobby proisraelí (que, por un
lado constituye la componente sionista del establishment americano, y
por otro es un elemento esencial del gobierno de las estructuras
sionistas mundiales) – Israel como estado”.
Sobre el período que va desde 1967 y
hasta 2006 recae el florecimiento de la alianza americano-israelí. El
estado sionista se había convertido en el principal aliado de los EE.UU.
en el Próximo Oriente, dejando en un segundo plano al Irán del shah y a
Turquía, miembro de la OTAN. Israel coordinaba estrechamente todas sus
acciones militares contra los árabes con el Pentágono. Hasta tal punto
que precisamente fue Washington quien entregó a Israel las armas
nucleares, aunque estas ciertamente siguen bajo el control de América.
La influencia de los EE.UU. en la región creció espectacularmente y se
convirtió en dominante en los años 90 después de la desaparición de la
Unión Soviética. Pero al mismo tiempo fue creciendo la influencia de las
estructuras sionistas globales supraestatales sobre la política
norteamericana interior y exterior.
Ambos procesos íntimamente relacionados
alcanzaron su apogeo durante el primer mandato presidencial de
Bush-hijo. Dentro de los EE.UU. se formó una gran coalición
socio-política de sionistas judíos y sionistas protestantes, encarnada
en la ideología de los “neoconservadores”. Su esencia se puede resumir
en una frase: “Lo que es bueno para los Estados Unidos, es bueno para
Israel. Y viceversa”. Parte de la élite americana organizó la grandiosa
provocación del 11 de septiembre, que sirvió de excusa para declarar la
guerra al mundo islámico – el principal enemigo de Israel desde el punto
de vista de las estructuras sionistas globales.
Dialéctica
Sin embargo, la historia, como se sabe, es una dama muy caprichosa y tiende a hacer cosas que los humanos no habían programado.
Por un lado, Israel en efecto se había
convertido en un instrumento importante de la política exterior
norteamericana en Oriente Próximo. Pero, por otro lado, justamente el
estado sionista fue el principal culpable del crecimiento del
radicalismo y extremismo en el Oriente árabe.
Por un lado, Israel se había convertido
en un poderoso bastión de la civilización occidental en la región, el
escaparate público de la democracia occidental y del secularismo
occidental. Pero, por el otro, justamente la presencia de Israel se
convirtió en uno de las causas del poderoso renacimiento islámico en el
mundo. Más aún, si no fuera por Israel, en los últimos años no se
hubiera producido una degradación tan rápida de las ideologías y
partidos liberales y seculares en el mundo árabe.
Por un lado, el tándem “Israel-EE.UU.” se
ha convertido para millones de musulmanes en todo el mundo en el
símbolo de la injusticia absoluta, ejemplo del agresor amoral, colonial,
enemigo implacable, que solo entiende el lenguaje de la fuerza. Israel
se ha apoderado de una tierra que a lo largo de miles de años era la
patria para los palestinos, bajo un pretexto completamente idiota, el de
que una vez vivieron en ella los judíos y que luego fueron expulsados,
con que tan solo por eso tenían el derecho histórico sobre esta tierra.
Pero hoy incluso los más conocidos historiadores israelíes demuestran
que los judíos nunca fueron expulsados por los romanos de la Judea de
entonces.
Imagínese por un instante que es Ud.
palestino. Vive Ud. en el piso de su propiedad que ha heredado de sus
padres. Y de repente un día irrumpen unos señores armados y le exigen
largarse cuanto antes de su propio piso. A su desconcertada pregunta
“¿por qué?” sigue aproximadamente la siguiente respuesta: “Hace dos mil
años en este lugar estaba uno de los campamentos de nuestra tribu
hebrea. Por eso exactamente tenemos el derecho legal sobre tu piso. ¡Y
si no estás de acuerdo, cabrón, con nuestro punto de vista, entonces te
mataremos junto con tu familia! ¡Fuera!” Este fue el fundamento
“histórico” de los sionistas para quitarle al pueblo palestino su
tierra, sus casas, sus monumentos históricos, los cementerios con los
restos de sus antepasados.
De todas maneras, el papel decisivo lo jugaron las ambiciones políticas de Stalin y de Truman.
Pero, por otro lado, precisamente la
lucha contra Israel a lo largo de más de siete décadas ha ayudado a
formar la conciencia nacional, social y política del pueblo palestino.
Los palestinos hoy son uno de los pueblos más valientes y maduros del
planeta. Por ejemplo, por el número de estudiantes universitarios por
cada mil habitantes los palestinos ya superan a Rusia. Y en cuanto al
número de héroes caídos, a los que los palestinos recuerdan y honran,
creo que no tienen parangón en el mundo. En Israel, por cierto, no
existe semejante panteón de los héroes, como tampoco en la moderna Rusia
“democrática”.
Si no fuera por el factor sionista, es
bastante probable que el sector de Gaza actual hubiera sido unido a
Egipto, y sus habitantes se hubieran convertido de palestinos en
egipcios, y los habitantes de la Orilla Occidental en jordanos.
La exigencia de la lucha contra Israel se
convirtió en uno de los motivos poderosos de la victoriosa revolución
iraní de 1978-79. Como es sabido el shah era amigo del estado sionista.
La presencia sionista en el Oriente Próximo se ha convertido en una
importante causa para la llegada al poder de los islamistas moderados en
la República Islámica de Irán y en la actual Turquía, que ha dado como
resultado el cambio cardinal en todo el balance de fuerzas en el Próximo
Oriente. Su papel juegan también los sentimientos antiisraelíes en la
revolución árabe que está comenzando. Y este factor irá en aumento. La
política del estado sionista trae consigo el aumento del antisemitismo
global, lo que destacan, entre otros, los propios centros sionistas,
incluido el congreso judío ruso.
Militares y sionistas… ¿quién va a ganar?
Tan solo año y medio después de la
invasión americana de Iraq en 2003, Israel se convirtió en la causa
todavía mayor del enfrentamiento interno dentro del establishment
político de los EE.UU. La soterrada lucha entre los dos grupos más
poderosos de la élite americana – la militar y la proisraelí – salió a
la superficie.
Todavía a principios de 2005 el Pentágono
llegó a la conclusión de que era prácticamente imposible vencer a los
rebeldes y establecer sobre Iraq un control efectivo. La invasión de
Iraq se había convertido en la práctica en una trampa geopolítica para
los EE.UU., porque el Iraq ocupado pasó a convertirse en el punto de
desestabilización de todo el Gran Oriente Próximo, de importancia vital
para los intereses americanos. La invasión de Iraq ha llevado
objetivamente al crecimiento de la dependencia de los EE.UU. de Irán,
que posee muchas más palancas para influir en la situación interna de
Iraq que Washington.
Lógicamente, dentro de la élite
norteamericana comenzó una activa discusión sobre el tema: “¿Quién tiene
la culpa de que los americanos, como borregos, se metieran en semejante
aventura a sabiendas desastrosa?” Se llevaron a cabo decenas de
tormentas de ideas a puerta cerrada y de seminarios, y fueron publicados
centenares de artículos y varios libros.
Aquella parte del establishment político
americano, que acusaba a la administración neoconservadora de Bush-hijo
de haber malgastado ineptamente en Afganistán e Iraq el potencial
estratégico de los EE.UU. en su calidad de única superpotencia, llegó a
la conclusión de que el papel principal en la inspiración de la guerra
contra Sadam Husein lo desempeñó el establishment de Israel y el lobby
proisraelí americano. Las consecuencias no se han hecho esperar.
En diciembre de 2006 es nombrado como
nuevo ministro de defensa R. Gates, uno de los máximos representantes de
la élite americana y cabeza del lobby militar de los EE.UU., quien
debía introducir serias correcciones en la política exterior. A este
nombramiento activamente se opuso Dick Cheyney – portavoz de hecho de la
ideología neoconservadora.
En junio de 2008 en Filadelfia se celebró
un encuentro confidencial de los altos representantes de la élite
norteamericana con B. Obama y H. Clinton. Debido a la insistencia del
lobby militar se llegó a una solución de compromiso, según la cual el
siguiente presidente sería B. Obama, aunque H. Clinton, por la que
apostaban las estructuras sionistas internacionales, como compensación
debía ocupar el puesto de la secretaría del estado.
Después de las elecciones presidenciales
la lucha en los altos escalones de la élite americana no había cesado.
El lobby proisraelí le impidió a Obama y a la élite militar americana
que estaba detrás de él, colocar a sus candidatos en algunos puestos de
gobierno, acusándoles de tener opiniones antiisraelíes.
La confrontación interna dentro de la
élite estadounidense se intensificó a raíz del desarrollo del programa
nuclear iraní. Los militares americanos sospecharon, y con fundamentos,
que Israel, junto con sus protectores de las estructuras sionistas
internacionales, intentaba provocar la guerra directa entre los EE.UU. y
la República Islámica de Irán. Cualquier militar con sentido común
entiende que semejante guerra prácticamente en seguida se convertirá en
impredecible, arrastrará a toda la región, y más tarde adquirirá un
carácter global. Dicho sea de paso, este problema provocó crecientes
tensiones entre el gobierno de B. Netanyahu e influyentes militares
israelíes.
Una buena pregunta: ¿para qué necesita la
élite ahora dominante en Israel y, lo más importante, el movimiento
sionista internacional, una guerra entre Irán y los EE.UU., que llevaría
a las consecuencias más desastrosas, en primer lugar, para el propio
pueblo judío?
Las cosas se calentaron hasta tal punto
que el famoso Zb. Bzezinski incluso tuvo que advertir que en el caso de
que los aviones israelíes salieran para bombardear Irán, los americanos
se verían obligados a poner en el aire sus cazas, estacionados en Iraq,
para obligar a los israelíes a volver a sus aeródromos.
Por primera vez en su historia la
inteligencia americana publicó pronósticos en los que valoró con
bastante escepticismo las posibilidades de Israel de sobrevivir después
del año 2025.
Más tarde siguió la declaración abierta
del general David Petreus, en aquel momento jefe del Mando Central de
los EE.UU., y más tarde el jefe supremo de las tropas norteamericanas en
Afganistán. Su discurso fue indicativo para entender que el conflicto
entre la élite militar americana y el lobby proisraelí iba en aumento.
Detrás de las fórmulas diplomáticas se
escondía en realidad un mensaje bastante duro para la dirección israelí,
que en esencia consistía en lo siguiente: La política de Israel no hace
más que crear cada vez más problemas para América en el mundo islámico.
Como consecuencia de la creciente irracionalidad de la dirección
israelí, los EE.UU. deben pagar con las vidas de sus soldados, unos
enormes gastos financieros y el debilitamiento de sus posiciones en
Oriente Próximo. Todo ello cuando el potencial político y económico de
los EE.UU. en el mundo se está reduciendo, mientras que China se está
convirtiendo para Washington en un reto estratégico clave.
Sin embargo, pese a las posturas de
América y de Europa, la mayor parte de la élite israelí no quiere ningún
acuerdo real con los palestinos y bajo ningún concepto accederá a la
creación del estado palestino independiente. El actual estado judío está
construido de tal manera que únicamente puede existir en las
condiciones de: “Ni guerra, ni paz, pero no entregaremos los territorios
ocupados”.
El problema está en que Israel al final
no ha podido (y no ha querido) entrar a formar parte del sistema
regional de Oriente Próximo. Y la historia nos demuestra que los estados
que no lograron integrarse en esta región (como, por ejemplo, los
estados de los cruzados en la Edad Media) inevitablemente han
desaparecido del mapa.
El enfrentamiento entre los militares
estadounidenses y el lobby prosionista llevó a agudizar las
contradicciones en el seno del movimiento sionista internacional. Ya se
puede decir que dentro del mecanismo sionista global se han formado dos
corrientes.
La primera está constituida por los
llamados “nacional-sionistas”, partidarios de la defensa tradicional a
ultranza de Israel como “estado nacional judío” a cualquier costa. Los
“nacional-sionistas” de momento predominan en el movimiento sionista
internacional, pero poco a poco van perdiendo sus posiciones. Hay
bastantes causas para ello, pero podemos mencionar dos factores
directamente relacionados con Israel. En primer lugar, el atractivo de
la imagen de Israel como casa común “para todos los judíos del mundo” se
ha marchitado bastante. No es ningún secreto que la sociedad israelí y
la élite israelí se están degradando. Tan solo un ejemplo típico: en
relación al actual ministro de asuntos exteriores de Israel Avigdor
Liberman ya fueron abiertas seis o siete causas judiciales por
acusaciones de corrupción, lavado de dinero, fraudes financieros etc. Lo
más probable es que, en cuanto abandone su cargo, le metan entre rejas.
¡Eso en cuanto a la fisionomía de la élite israelí actual!
El proceso de la degradación social,
moral y política de toda la sociedad israelí se ha intensificado a lo
largo de los últimos veinte años. Se entiende por qué el número de los
judíos que abandonan “la tierra prometida” supera ya al número de los
que llegan. Además, objetivamente Israel se ha convertido no en el
estado para los judíos, sino para el pueblo israelí (aunque pocos saben
en qué consiste).
La segunda corriente en el seno del
movimiento sionista internacional son los llamados “sionistas
imperiales”, que ven el futuro del sionismo no en Israel, sino en la
alianza reforzada con uno de los centros de fuerza mundiales. Por eso
opinan que por culpa de Israel no se puede poner en peligro el futuro de
la comunidad judía y del capital judío en los EE.UU. Ellos creen que ni
Europa, ni China, debido a diferentes causas, podrían ser aliados
estratégicos del sionismo global a largo plazo. Únicamente quedan dos
variantes: EE.UU. y Rusia. Y, no por casualidad, Netanyahu, Liberman y
los dirigentes de las estructuras sionistas rusas cada vez con más
ímpetu hablan de la necesidad de concluir una alianza estratégica a
largo plazo entre Israel y Rusia.
***
La historia de Israel en su forma actual
se está terminando. No se trata de que los ejércitos árabes de repente
se apoderen del territorio israelí o unos extremistas palestinos logren
paralizar por completo la vida económica y política del estado judío.
Esto no va a pasar.
Israel es un estado artificial, creado en
su día por unas fuerzas externas para resolver unos determinados
objetivos. Israel hoy ya no puede cumplirlos. Por eso no hace falta hoy,
y, más todavía, comienza a estorbar objetivamente, incluso al propio
pueblo judío.
* Shamil Sultánov es presidente del Centro de Estudios Estratégicos “Rusia – Mundo Islámico”
(Traducción directa del ruso de Arturo Marián Llanos)
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