por Gilad Atzmon* - A primera vista, “El Dictador” de Baron
Cohen es una película catastrófica. Es vulgar, no es divertida y si hay 5
momentos graciosos en la película, todos ellos aparecen en el trailer
oficial. En resumen, ahorrad tiempo y dinero, a menos que, por supuesto,
estéis interesados en la política identitaria judía y en la neurosis.
Similar
a su anterior trabajo, “El Dictador”, es una vez más una visión general
de la morbosidad tribal de Cohen. Después de todo, la persona y el
espíritu detrás de esta vergonzante comedia es la de un carácter
narcisista orgulloso que nunca pierde la oportunidad para expresar la
íntima afinidad que siente por su pueblo, su talento cómico y su amado
Estado judío.
Pero seamos honestos,
Cohen no es el único, después de todo, ha hecho esta película
conjuntamente con un estudio de Hollywood… Por tanto, es bastante
razonable decir que lo que vemos aquí es sólo otro esfuerzo orquestado
por Hollywood para vivificar a los árabes, los musulmanes y el Oriente.
Supongo
que los políticos, los regímenes y los dirigentes árabes son un tema
ideal para una sátira, aunque uno puede preguntarse ¿qué conoce Sacha
Baron Cohen del mundo árabe? Después de lo que hemos podido ver en esta
película, no mucho. En cambio, Cohen proyecta sus propios síntomas
sionistas y tribales sobre los pueblos de Arabia y sus dirigentes.
En
esta película, Cohen interpreta el papel del general Hafez Aladeen, el
dirigente árabe de un país del norte de África rico en petróleo. A
primera vista, es la versión satírica de Saddam Hussein y Muammar
Gaddafi, pero en realidad las actuaciones de Aladeen son simplemente una
gran amplificación de los crímenes cometidos por Israel y sus
criminales de guerra como Shimon Peres, Ehud Olmert y Tzipi Livni.
Cuando
Baron Cohen ridiculiza a los dictadores árabes que obsesivamente buscan
armas de destrucción masiva y armas nucleares, hay que tener en cuenta
que es en realidad el Estado judío quien ha disfrutado de ello desde
1950, y quien empujó a toda la región en la carrera nuclear. Son sus
hermanos y hermanas de Israel quienes expresan su entusiasmo mortal por
destruir Irak y otras entidades regionales.
Cuando
el barón se burla de los dirigentes árabes que asesinan a sus
opositores, asesinan niños, mujeres y ancianos, una vez más proyecta
síntomas israelíes, ya que es en realidad el Estado judío quien se
implica con demasiada frecuencia en los asesinatos sistemáticos de masas
y crímenes de guerra a una escala colosal.
Alguien
debería recordarle que las fotos del fósforo blanco arrojado sobre los
refugios de la ONU fueron tomadas en la Franja de Gaza y no en el Bagdad
de Sadam, Homs (Siria) o en el imaginario Wadiva. Cuando Cohen presenta
a los líderes árabes como violadores salvajes, hay que recordar que
Moshe Katzav, quien fue hasta hace poco Presidente del Estado judío está
ahora entre rejas después de ser declarado culpable de violación.
Así
que no es una coincidencia cuando Cohen trata de crear vínculos con su
Dictador Aladeen, y le habla en su lengua materna: el hebreo. Cohen
habla en hebreo pues Aladeen no es un dictador árabe, es un patriota
israelí como el propio Cohen.
Pero
tratemos de trascender más allá de las proyecciones y las confesiones de
Baron Cohen: la nueva película de Cohen es un justo juego, del mismo
modo que él mismo está lejos de ser un imbécil. De hecho, ha logrado
poner en evidencia algunas ideas políticas interesantes e inteligentes.
Por ejemplo, hacia el final de la película, el dictador Aladeen
pronuncia un notable discurso desde la tribuna de la ONU en favor de la
dictadura. En frente de las delegaciones, Aladeen muestra una lista muy
profunda de paralelismos involuntarios entre los EE.UU. y la dictadura.
Proporcionar una fuerte crítica política a través de la comedia merece
un respeto.
Otra idea provocadora se
da a través del personaje de Zoey (Anna Farris), una ardiente feminista y
activista de los derechos humanos. Zoey gestiona una tienda de
comestibles multi-étnica y ecológica en Brooklyn. Es la última activista
por la solidaridad y esta vez se moviliza contra Aladeen y su régimen.
Mientras Zoey invade las calles manifestándose contra la brutalidad de
Aladeen, Tamir (Ben Kingsley) Jefe del Estado Mayor de Aladeen, conspira
contra su dirigente dentro del edificio de las Naciones Unidas. Vende
todos los activos de su país a los magnates del petróleo y a los
dirigentes mundiales. El sentido cinematográfico es evidente. El vínculo
entre la llamada izquierda y el poder imperial se ha establecido. Zoey,
la izquierda progresista, parece estar trabajando hacia el mismo
objetivo que las principales fuerzas expansionistas capitalistas
corruptas.Todos quieren poner fin al régimen de Aladeen.
Sospecho
que muchos de los que observan el activismo y el discurso de la
solidaridad estarán de acuerdo con la lectura de Cohen. Después de todo,
fueron las feministas y los grupos por los derechos de las mujeres los
que en 1990 sentaron las bases para la guerra contra el terrorismo y la
invasión de Afganistán. La izquierda era también muy reacia a apoyar al
presidente electo de Hamas que sin embargo lo fue democráticamente.
También supongo que un hombre de izquierda arrojado a una habitación con
Dershowitz y Bin Laden probablemente se vería tentado a unirse
primeramente con Dershowitz.
Pero
Zoey no es solamente una progresista y una activista por los derechos
humanos. Gradualmente, a medida que avanza la historia, Aladeen y Zoey
se enamoran. Hacia el final de la película, la “activista de la
solidaridad” y el dictador se casan. Es en ese preciso instante que
Aladeen (y el resto de nosotros) descubre que Zoey es judía. Desde el
punto de vista cinematográfico el judío, el activista por los derechos
humanos y el militante por la solidaridad son uno.
Esta
divertida lectura está por desgracia en consonancia con la realidad de
los movimientos de solidaridad. Los que observan el activismo de la
izquierda judía detectan un esfuerzo continuo entre los activistas
judíos para desviar tribalmente e incluso “sionizar” el discurso de la
solidaridad, los derechos humanos y las políticas marginales. Sin
embargo, desde una perspectiva judía, Zoey, la nueva esposa del dictador
Aladeen es nada menos que la encarnación de la bíblica reina Ester. Al
igual que Ester, Zoey ha logrado infiltrarse tras las bambalinas de una
potencia extranjera lucrativa.
Supongo
que con el AIPAC controlando la política exterior de los EE.UU. y
siendo miembros el 80% de los diputados conservadores de la CFI (los
amigos conservadores de Israel), ¡una reina judía de un Wadiya ficticio
es algo casi exótico!
Traducción del francés por Jordi Garriga
Extraído de: Tribuna de Europa
* Gilad Atzmon (9 de junio de 1963) es un saxofonista de jazz, activista político, escritor, novelista nacido en Tel Aviv, Israel, y nacionalizado británico tras abandonar la Entidad Sionista.
* Gilad Atzmon (9 de junio de 1963) es un saxofonista de jazz, activista político, escritor, novelista nacido en Tel Aviv, Israel, y nacionalizado británico tras abandonar la Entidad Sionista.
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